Retrato de una desconocida by Daniel Silva

autor:Daniel Silva
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins Ibérica S.A.
publicado: 2023-02-22T12:50:50+00:00

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Kurfürstendamm

El artículo se basaba, al parecer, en la información proporcionada por una sola fuente que deseaba permanecer en el anonimato, pero incluso esto era engañoso, puesto que Sarah Bancroft se había encargado de filtrar la información y Oliver Dimbleby había aportado la confirmación extraoficial y la fotografía, de modo que las fuentes de la primicia eran, de hecho, dos.

Se decía que la obra en cuestión medía 92 centímetros de alto por 74 de ancho. Eso, al menos, era exacto. No se trataba, sin embargo, de una obra desconocida del pintor del Renacimiento tardío conocido como Tiziano vendida en secreto a un destacado coleccionista que no deseaba que se hiciera pública su identidad. A decir verdad, no había comprador —ni destacado ni de ninguna otra clase—, ni dinero alguno que hubiera cambiado de manos. En cuanto al cuadro, colgaba ahora en un espléndido piano nobile con vistas al Gran Canal de Venecia, para deleite de la esposa y los dos hijos de corta edad del flamante falsificador que lo había pintado.

Los marchantes, conservadores y subastadores del mundillo del arte londinense acogieron la noticia con asombro y no poca envidia. Al fin y al cabo, Oliver seguía solazándose aún en el fulgor de su último golpe de efecto. En las salas de venta y los mentideros de St. James’s y Mayfair, se planteaban preguntas, pronunciadas casi siempre en un susurro conspirativo. ¿Era de fiar la procedencia de este nuevo Tiziano o acaso se había caído el cuadro de la trasera de un camión? ¿Estaba el gordinflón de Oliver absolutamente seguro de la atribución? ¿La habían confirmado otros más doctos que él? ¿Y cuál había sido exactamente su papel en la transacción? ¿De verdad le había vendido el cuadro a un comprador anónimo? ¿O simplemente había actuado como intermediario y se había embolsado por ello una sustanciosa comisión?

A lo largo de tres días interminables, Oliver se negó a confirmar o desmentir que la obra hubiera pasado por sus manos. Por fin hizo pública una breve declaración que apenas era más esclarecedora que el artículo original de Amelia March. Solo contenía dos datos nuevos: que el cuadro procedía de una colección europea antigua y que lo habían examinado nada menos que cuatro de los principales expertos en la escuela veneciana. Los cuatro coincidían, sin salvedades ni reparos, en que el lienzo era obra del propio Tiziano y no de un miembro de su taller o un seguidor posterior.

Esa noche, Oliver recorrió los ciento catorce pasos que separaban su galería del bar del Wiltons y, como era tradición entre la concurrencia, pidió de golpe seis botellas de champán. A nadie le pasó desapercibido que era Taittinger Comtes Blanc de Blancs, el champán más caro de la carta. Aun así, todos los asistentes comentarían más tarde que Oliver parecía un poco alicaído para haberse anotado uno de los mayores triunfos del mundo del arte desde hacía años. Se negó a revelar el precio que había alcanzado el Tiziano y se hizo el sordo cuando Jeremy Crabbe le presionó para que diera más detalles sobre la procedencia del cuadro.

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